“(Jerez, 1888 - México, 1921) Poeta mexicano que compuso,
con motivo del primer centenario de la Independencia, el poema Suave Patria,
que suele considerarse el poema nacional de México. Ramón López Velarde es
considerado, a pesar de su corta vida, el más específicamente mexicano, el más
"nacional" por decirlo de algún modo, de los líricos del país. Es el
poeta de la época modernista con mayor arraigo mexicano, pero un arraigo que no
llega a fructificar en su espíritu renovador y mantiene, en el lenguaje y el
estilo, una serenidad casi clásica, un carácter religioso que lo vinculan con
la tradición.
Nacido en Jerez, en el estado de Zacatecas, en 1888, poco
puede decirse de su corta vida: cursó sus primeros estudios en los seminarios
de Zacatecas y Aguascalientes y se matriculó, luego, en la Universidad de San
Luis de Potosí para estudiar la carrera de leyes. Murió, prematuramente, a los
treinta y tres años, en la Ciudad de México, en 1921.
En La sangre devota (1916), su primer libro de poesías,
pueden descubrirse ya los temas recurrentes en toda su obra: el amor, el dolor
y la preocupación por los destinos patrios.
Con su obra reaparece en la lírica
mexicana un acento casi olvidado, una voz, la de la
provincia, que había
callado ya. En 1919, apareció Zozobra, su segunda obra poética, en la que
aborda dramática y sinceramente los problemas del erotismo, la religión y la
muerte. En 1921, al celebrarse el primer centenario de la Independencia,
escribió La suave patria, en cuyos versos épicos y líricos exalta los
sentimientos nacionalistas.
Su prematura desaparición arrebató a las letras mexicanas
un creador de enorme fuerza y talento muy personal. Tras su muerte fueron apareciendo
sus demás obras, que en unos casos veces habían sido preparadas por el propio
autor, y en otros se rescataron de periódicos y revistas. Se editó el tercer
volumen de su producción poética (El son del corazón, 1932) y otros tres que
contienen su obra en prosa (El minutero, 1923; El don de febrero. Poesía,
cartas y documentos, 1952; y Prosas políticas, aparecido en 1953).
La poesía de Ramón López Velarde
La peculiar estética del autor asomó ya en La sangre
devota (1916), un volumen de poesía amorosa dedicado a su musa, llamada en la
obra Fuensanta y en la vida real Josefa de los Ríos. A este volumen inaugural
siguió Zozobra (1919), en el que analiza las "flores del pecado"
sembradas durante su relación con Margarita Quijano, y un último libro de poemas
aparecido póstumamente: El son del corazón (1932).
En todos ellos se percibe un acendrado catolicismo que
tiene como contrapeso la pasión amorosa. Así resaltó esa ambigüedad el chileno
Pablo Neruda: "viene también el líquido erotismo de su poesía que circula
en toda su obra como soterrado, envuelto por el largo verano, por la castidad
dirigida al pecado". De modo semejante se expresó el mexicano Xavier
Villaurrutia, para quien la poesía de López Velarde es "la más intensa, la
más atrevida tentativa de revelar el alma oculta de un hombre; de poner a flote
las más sumergidas e inasequibles angustias; de expresar los más vivos
tormentos y las recónditas zozobras del espíritu ante las llamadas del
erotismo, de la religiosidad y de la muerte.
Desde el punto de vista técnico hay en López Velarde no
tanto novedad de adjetivación como un giro imprevisto de la frase, y el
descubrimiento de raras disonancias, de colores rudos y, con todo, armoniosos.
Ocasionalmente se advierten en su obra elementos postrománticos o modernistas,
aunque fue uno de los primeros autores de su tiempo que se rebelaron contra el
tono afectado y el esteticismo de este último movimiento. En opinión de la
crítica, sus excesos fueron resultado de la permanente búsqueda de una voz
propia y original; su verdadera importancia reside en el sabio tratamiento del
paisaje, el planteamiento del contraste radical que existe entre el campo y la
ciudad, y la lucha entre los anhelos estéticos y religiosos, por un lado, y la
sensualidad pagana por otro.
Tales elementos consiguen para su obra una tensión, que le da un lugar único en las letras
mexicanas. Su influencia fue verdaderamente considerable no sólo en la poesía
mexicana, pues se nota su huella hasta en algunos poetas argentinos de
generaciones posteriores, como Silvina Ocampo y Ricardo E. Molinari. La
influencia de su poesía amorosa es perceptible en Xavier Villaurrutia.”[1]
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